por Alfred Hopkins
Un par de marineros intentan sin éxito ahuyentar la melancolía que parece haberse apoderado de Juan, mediante acciones bufonescas, no siempre acertadas; el esposo de Laura tendrá la tarea de enturbiar el espacio claustrofóbico, recibiendo ahí la noticia de la muerte de su esposa.
No es fácil teatralizar sobre la melancolía, pero el texto lleno de poesía de Molina hace que el espectador se identifique con Juan: desde su estado de ebriedad lucha con el vacío, la herencia que ha recibido por la muerte de su amante. Es un texto de dolor, de pérdida, el lamento de aquella persona que no puede comprender ni avanzar sobre un hecho nefasto, aparentemente sin explicación lógica. Como todo sucede paradójicamente en un barco amarrado en un puerto lejano, la metáfora es fuerte.
El espectáculo plantea algunas preguntas de difícil resolución: ¿Qué hacer con las memorias dolorosas? ¿Dónde ubicarlas en nuestro quehacer actual? ¿Olvidar? ¿Cómo? ¿Cómo superar una experiencia negativa de tal forma que la vida siga teniendo sentido?
El espacio escénico se divide pragmáticamente en el espacio central, empleado por las acciones bufonescas de los marineros; un espacio en el fondo, una barra de un bar ocupada por el capitán del barco; y el camarote de Juan. El final es fuerte, un toque dialéctico.
El poderoso y emotivo relato de Juan sobre la muerte de Laura, en la presencia del esposo de Laura, termina siendo una especie de clausura, un testimonio cargado de significados.
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