domingo, 29 de abril de 2012

ÚLTIMAS 4 SEMANAS !!!
DOMINGOS A LAS 20 HS


DELBORDE ESPACIO TEATRAL
CHILE 630 - SAN TELMO
RESERVAS: 4300-6201

domingo, 18 de marzo de 2012

REESTRENO !!! 2° TEMPORADA

VUELVE "PUERTO AMBERES"
(Mujer que vuela por la ventana con cortina que flamea a modo de comentario)


Escrita y dirigida por Julio Molina


Domingo 25 de marzo 20 hs.
DELBORDE ESPACIO TEATRAL
Chile 630 - San Telmo - CABA
Reservas: 4300-6201

domingo, 21 de agosto de 2011

Buenos Aires Jaque Press, en inglés y español

"Puerto Amberes", atrapante espectáculo en la sala Apacheta de Buenos Aires

por Alfred Hopkins
Al entrar en la sala del teatro Apacheta para ver el nuevo espectáculo de Julio Molina, todos los actores  yacen dispersados por el piso, como muertos o dormidos. ¿Ha terminado la obra antes de comenzar? Hay en el aire una sensación enrarecida,  de anticipación, y una pesada melancolía se adueña del espacio escénico. No por nada el subtítulo de la obra provoca: “Mujer que vuela por la ventana con cortina que flamea a modo de comentario.” Desde ese momento, desde la muerte de su amante Laura, Juan no ha dejado de pensar nunca en su propia muerte. Cuando el espectáculo comienza está encerrado en un camarote de un barco amarrado en el Puerto Amberes, borracho, rodeado de botellas.
Un par de marineros intentan sin éxito ahuyentar la melancolía que parece haberse apoderado de Juan, mediante acciones bufonescas, no siempre acertadas; el esposo de Laura tendrá la tarea de enturbiar el espacio claustrofóbico, recibiendo ahí la noticia de la muerte de su esposa.
No es fácil teatralizar sobre la melancolía, pero el texto lleno de poesía de Molina hace que el espectador se identifique con Juan: desde su estado de ebriedad lucha con el vacío, la herencia que ha recibido por la muerte de su amante. Es un texto de dolor, de pérdida, el lamento  de aquella persona que no puede comprender ni avanzar sobre un hecho nefasto, aparentemente sin explicación lógica. Como todo sucede paradójicamente en un barco amarrado en un puerto lejano, la metáfora es fuerte.
El espectáculo plantea algunas preguntas de difícil resolución: ¿Qué hacer con las memorias dolorosas? ¿Dónde ubicarlas en nuestro quehacer actual? ¿Olvidar? ¿Cómo? ¿Cómo superar una experiencia negativa de tal forma que la vida siga teniendo sentido?
El espacio escénico se divide pragmáticamente en el espacio central, empleado por las acciones bufonescas de los marineros; un espacio en el fondo, una barra de un bar ocupada por el capitán del barco; y el camarote de Juan. El final es fuerte, un toque dialéctico.
El poderoso y emotivo relato de Juan sobre la muerte de Laura, en la presencia del esposo de Laura, termina siendo una especie de clausura, un testimonio cargado de significados.

viernes, 5 de agosto de 2011

Crítica de Moira Soto

Puerto Amberes
Un poema para varias voces

por Moira Soto
Pan y Teatro Social Club - Radio de la Ciudad

     Julio Molina no termina de sorprendernos y admirarnos. Esta nueva obra no se parece a ninguna de las anteriores. Siempre es arriesgado lo que hace y siempre da un paso más allá, más lejos. Como es el caso de Puerto Amberes, una especie de poema para varias voces. Así hay que asistir a esta obra, porque de otra manera el lenguaje con el que se expresan los personajes puede parecer rebuscado o artificioso. Y esto está buscado, ya que en ningún momento esta obra intenta ser realista y desde la escenografía de María Sol Suárez crea un concepto casi mítico de barco en el escenario de Apacheta. Lo mismo sucede con el vestuario, con los sonidos que se escuchan, se entra a una dimensión del sueño, y a esa dimensión corresponde este lenguaje que trae a escena a un marinero que está en su camarote  -están muy bien definidos los espacios- vaciando botellas de alcohol y llorando su pena de amor.
     La obra se llama Puerto Amberes y tiene un subtitulo “Mujer que vuela por la ventana con cortina que flamea a modo de comentario”. Al leer el texto se ve que está dedicado a Gilles Deleuze, un gran filósofo francés que se suicidó en 1995 tirándose por la ventana en “su último gran gesto de libertad” –como dijo un músico amigo suyo- a raíz de una afección respiratoria, un enfisema pulmonar. En esta obra, un personaje –la novia del marinero que se emborracha- también se ha tirado por la ventana y su marido está viajando desde algún lugar de Sudamérica para encontrarse con el amante. Lo vemos a un costado del barco, al borde de la escalerilla, esperando, hasta que finalmente tiene esta entrevista con el marinero desgraciado que no puede superar su dolor por el bien perdido. Hay otros dos personajes de Marineros que hacen comentarios de lo que sucede en escena por momentos humorísticos, por momentos parecen uno el desdoblamiento del otro, uno de ellos dice, o lo dicen a dúo “somos muñecos siameses”. Y, por el otro lado está el personaje del Capitán, que aparece en otro plano, en un espacio donde hay una especie de barra, donde pone música, parece que son kilómetros y kilómetros de muelle los que hay.
     Juan, este marinero ha tenido un romance con esta mujer Laura, sabiendo que ella era casada y cuando ella estaba estudiando Letras en Europa. Nunca habrá una explicación de ese suicidio. Solo el encuentro de estos dos hombres que se reparten algo que ella dejó y que los espectadores deberán averiguar qué es. Pero todas las alusiones que hay al mundo marino, a la vida del mar, en los barcos, a la humedad, a la niebla, tienen un encanto y una sugestión extraordinarias y el texto al escucharlo te obliga a repensarlo de contínuo ya que no es un lenguaje habitual en el teatro.
     Julio Molina ha decidido esta vez hacer un poema de una hora acerca de este náufrago en su camarote anegado en alcohol y en dolor que no puede procesar su duelo. Las actuaciones son todas muy logradas, porque lo que Julio Molina les ha exigido a los actores no tiene nada que ver con lo que uno está acostumbrado a encontrarse en el teatro, realmente es otra tonalidad, otra mirada, otra impostación la que se ve en escena. Y tanto el marinero borracho que está vaciando y llegando al fondo de las botellas que hace Marcelo Velázquez, como el marido sufrido que hace Juan Sánchez Maltrain, son dos actuaciones sumamente conmovedoras. Por lo que ya traen a escena aún antes de empezar la obra. Lo mismo el personaje del Capitán con sus anteojos ahumados y con una especie de aureola misteriosa que lo rodea y estos dos marineros que son los que aportan una cuota de humor y un poco socarrones completan este equipo de personajes singulares y completamente atípicos.

viernes, 29 de julio de 2011

Crítica El circuito de teatro

www.elcircuitodeteatro.com.ar

El relato de una ausencia

por Lía Noguera

En un barco amarrado en el Puerto Amberes, en la ciudad de Bélgica, un grupo de marineros y su capitán cobrarán vida en la obra escrita y dirigida por Julio Molina: Puerto Amberes. Mujer que vuela por la ventana con cortina que flamea a modo de comentario. Juan, su protagonista y encarnado por Marcelo Velázquez, ha decidido encerrarse en su camarote, acompañado únicamente por el alcohol, tras haber perdido fatídicamente a su amante: Laura. Pero tras las puertas de su camarote, se hacen presentes de manera constante un par de marineros (interpretados por Román Melendrez y Cristian Martínez) que a modo de bufones intentan despegar a Juan de su mundo melancólico y patético. Pero sólo un personaje cortará con ese espacio claustrofóbico en el que se encuentra nuestro antihéroe: Andrés (Juan Sánchez Maltrain), el esposo de Laura, quien acudirá a este barco a recibir la noticia de su muerte.
Mediante un texto cargado de poesía que proyecta imágenes y espacios anclados a un mundo que se debate entre lo ficticio y lo real, la propuesta de Puerto Amberes se erige a partir de la ausencia y de cómo hacer presente un cuerpo y un amor que ya no están. 

Así, un texto que se entreteje a partir del discurso amoroso de Juan, que desde su estado de ebriedad, intenta recomponer, rellenar, “llenar” ese vacío que dejó en él la muerte de su amante. Para ello, la respuesta del texto ante el dolor y la pérdida es la apuesta por el relato: relatar la ausencia para hacerla presente pero, paradójicamente, en un espacio que ya no tiene vigencia, en un barco amarrado que metafóricamente evidencia las frustraciones de sus tripulantes. De esta manera, el relato de Juan sobre su vida junto a Laura se vuelve “cuerpo de evidencia”, documento de un pasado reciente que sólo podrá ser clausurado cuando este personaje testifique ante el esposo de Laura los sucesos acontecidos.

Con un muy buen trabajo actoral por parte de Velázquez y Sánchez Maltrain, que a modo de confesiones se debaten en la escena, la puesta de Molina cobra una significación emotiva que es acompañada por un detallado y bien delineado espacio escenográfico realizado por María Sol Suárez. Excesos de botellas que pueblan la habitación de Juan, una cama incómoda, un desorden profundo -todo ello reflejo de su propia interioridad- que se oponen al segundo y tercer plano en el cual se suceden las acciones: el espacio central, destinado a las intervenciones bufonescas de los marineros; el espacio posterior (sin recaer en la extraescena) que corresponde a una barra de un bar en el cual se ubica la figura de poder de este barco: el capitán, interpretado por Alberto Fernández San Juan. Pero a estas tres divisiones espaciales debemos sumarle una más que se encuentra en el lateral, en el margen izquierdo de la sala del Apacheta, y que corresponde al discurso amoroso de Andrés, único personaje que desde esa marginalidad atravesará, a modo de peregrino, todos estos hitos previamente mencionados.

Imágenes poéticas, discursos cargados de metáforas que estructuran un argumento coherente con una estética de la melancolía y su consecuente imposibilidad para superarla, son los componentes esenciales de esta nueva propuesta de Julio Molina que viernes tras viernes sube a escena y “nos deja pensando”: ¿dónde situamos las ausencias?, ¿qué hacemos con las imágenes de aquellos que ya no están?

miércoles, 13 de julio de 2011

Crítica Blog Meche Martínez

     Si el teatro independiente propone innovar, a veces en los intentos se ve el esfuerzo. Es así como una escenografía notablemente casera pero creando una convención real, sirve de sostén para comenzar a relatar la historia que lleva por nombre “Puerto Amberes”, que escribió Julio Molina, y puso en escena a un director maravilloso como es Marcelo Velázquez, que fue muy bien acompañado por Juan Sánchez Maltrain, Alberto Fernández San Juan, Román Melendrez y Cristian Martínez. La historia pretende bastante, sin embargo, lo más encantador se da en la simpleza de las palabras que cruzan como verdades propias los personajes de Andrés Vallejos y Juan que, encerrado, atrapado y alcoholizado en una recámara, dice muchísimo más que acciones que intenten explicar lo que solo se puede descubrir. Sin embargo, un final importante hecha luz a toda esa oscuridad que parece transitar este drama enorme, sostenido y profundamente angustiante. ¡Un drama para ver! (Meche Martínez)


Cinco de Marcelo Velázquez, actor de “Puerto Amberes”

¿Cómo trabajaron la obra, desde el guión y desde la dirección?

Nunca había tenido la experiencia de trabajar con un texto tan contemporáneo y con la dirección del mismo autor, y era algo que me entusiasmaba hacer. Me ofrecí yo para trabajar con Julio Molina  (“La imagen fue un fusil llorando”, “Curupayty”, aún en cartel) porque lo estimaba como uno de los autores y directores más interesantes del medio, y muy generosamente y sin conocerme como actor, me envió “Puerto Amberes”. Me interesó mucho y así comenzamos. Hacía tres años que no actuaba porque por esas cosas del teatro estaba dedicado a la dirección. El proceso de trabajo fue muy interesante ya que, si bien existía el texto previo, el autor/director, fue puliendo el texto  a partir del trabajo de los actores en los ensayos, es decir, teníamos un guión previo que fue modificándose en parte durante la preparación del espectáculo. De hecho, el momento final en el que mi personaje, Juan, parece tomar una decisión sobre su vida, fue agregado posteriormente a partir de una improvisación sobre el destino de mi personaje después de todo lo sucedido. En esto valoro muchísimo la apertura de Julio Molina en relación con su obra, fue muy enriquecedor trabajar así y nos dio mucha libertad para hacer como actores propuestas sobre lo que estaba escrito.

¿Cómo armaste tu personaje?

Como la obra plantea el tema del suicidio de una persona, yo no había tenido en mi vida la experiencia del suicidio de un ser querido. Hablamos, por supuesto, todo el tiempo del suicidio como instancia para terminar con la vida. Para mi personaje opté por recurrir a los sentimientos de pérdida que fue lo que me sirvió para trabajar y conectarme con ese dolor tan profundo de mi personaje Juan. De alguna u otra manera, todos hemos tenido pérdidas, en la vida, de amores, de seres queridos, de salud, de juventud  por qué no. Lo más difícil para mí fue trabajar a pedido de la dirección para este personaje es un sentimiento ácido sobre la pérdida, desde el lugar en el que nos quedamos solos porque nos dejan solos. Tenía que evitar en el trabajo el lamento por la pérdida, lo lacrimógeno, y así transitar una zona de impotencia por lo ocurrido. Un suceso, el suicidio, que ya acumulaba muchos signos que podían anticipar ese desenlace: “Tu cuerpo estaba escrito como lo que luego siguió. Cuerpo escrito, palabra escrita. Destino marcado como tu cuerpo”, dice Juan.                                                                                 

¿Cuánto de la inconciencia de esa historia tiene de verdad?, ¿es identificable con cualquier historia?

Desde mi punto de vista, la historia es la historia de un suicidio, por lo tanto, la historia de algo que nos transporta al terreno de lo inexplicable de esa situación límite. Como un agujero para los que estamos vivos, un vacío desde la experiencia vital, y al mismo tiempo, de una suerte de comprensión respetuosa para esa decisión individual. Juan se pregunta: “¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí? Ser terrestre, bicho calculador hasta entonces”. Entra en la dimensión de lo incomprensible.

La puesta tiene un co-relato paralelo que aparece y que intenta explicar… ¿la obra se ajusta a eso?

Mirá, creo que todos los otros planos colaboran para el suceso principal: debe producirse el encuentro entre Juan y el marido de Laura para extirpar la melancolía que se apoderó de ese barco y que por esto no puede moverse del Puerto de Amberes. El capitán ya está perdiendo la paciencia, sus compañeros intentan mediar, y creo que a los tres los perturba demasiado ese estado en el que se encuentra Juan. Por eso se la bancan y todos de alguna manera esperan la llegada de Andrés Vallejos, quien solo viene a escuchar lo que pasó con su mujer. Juan lo manda a llamar para narrarle lo sucedido y entregarle algo de ella. Solo eso. En el fondo creo que quiere compartir con “el otro” su dolor, o parte de su dolor, porque quizás al otro también le corresponda ya que siempre supieron ambos de la existencia de cada uno, “en eso se parecen”. Juan se preguntaría: ¿por qué lo tengo que soportar yo solo? ¿por qué se suicidó adelante mío? ¿Por qué no con él? ¿Por qué archivó esa decisión para hacerlo conmigo? Como si el marido de Laura fuera en parte responsable también de lo sucedido, no la puede sacar tan barata.

¿Qué frase de la obra te gustaría compartir con el lector?

Me gustaría compartir el subtítulo de la obra que está en el parlamento final de mi personaje y que ante un suceso tan tremendo como un suicidio gana en la metáfora del vuelo: “Mujer que vuela por la ventana con cortina que flamea a modo de comentario”.
Marcelo Velázquez